top of page
LOGO MUSEO REGIONAL.png

¿SABÍAS QUE…?

 

La vajilla y envases que utilizamos actualmente en nuestras casas han sido fabricados de diversas materias primas, y provienen de fábricas nacionales y extranjeras. Así encontramos platos, tazas, vasos, fuentes, botellas o frascos de barro cocido, loza, porcelana, melamina, plástico, papel, madera o vidrio, y estamos tan acostumbrados a ellos y son tan accesibles, que una vez quebrados o por los vaivenes de la moda los reemplazamos fácilmente y descartamos las piezas “pasadas de moda” o arrojamos los pedazos a la basura.

 

Muchos de estos productos son creaciones actuales y no fueron usados ni conocidos por nuestros abuelos ni abuelas o bisabuelos y bisabuelas; y es posible que en el futuro más de alguno de ellos deje de ser fabricado y aparezcan nuevas formas o se usen otras materias primas que adquirirán nuestros nietos y nietas.

 

Los antiguos pobladores que habitaban nuestra región hace unos 10000 años atrás, período conocido como Arcaico, también tenían utensilios domésticos para facilitar las labores cotidianas relacionadas con la alimentación. Para ello aprovecharon los elementos naturales como  hojas grandes o conchas y también pudieron modificar aquellos  elementos que estaban en la naturaleza para fabricar utensilios más elaborados de piedra, madera o fibra vegetal como recipientes para cocinar, trasladar o contener la comida.

 

Allá por el año 300 a.C. ocurrió un hecho transcendental en la zona central del país, pues se registran las primeras evidencias de la alfarería y del cultivo de plantas.

 

Estas circunstancias dan inicio a un período cultural conocido como Período Alfarero Temprano. Estos primeros productores de cerámica confeccionaron vasijas sencillas de paredes delgadas, algunas decoradas con una protuberancia en el cuerpo o cerca de la boca, otras con pintura roja sobre un engobe crema, otras con hierro oligisto y otras con líneas incisas.

 

Durante este Período Cultural se confeccionaron jarros y ollas monocromos de color negro o marrón, decorados con mamelones o con engobe rojo mientras otros fueron decorados con líneas incisas para formar un reticulado en el cuello; otros ceramios, en cambio, fueron modelados  en forma de calabazas, batracios o caras humanas.

 

Además de Punta de Cortés, la presencia de estos antiguos alfareros ha sido registrada en la precordillera, valles del interior y en la costa; como por ejemplo en Pangal, Parrón, Machalí, en el fundo La Granja, sector Las Coloradas, población Diego Portales y Plaza de los Héroes de Rancagua, Machalí, Santa Amelia de Almahue; Cuchipuy, Peumo, Rosario, Camarico, Lo Miranda, Doñihue, San Vicente de Tagua Tagua, entre otros.

FRAGMENTOS DE VASIJAS DECORADAS CON HIERRO OLIGISTO
FRAGMENTOS DE VASIJAS DECORADOS CON MAMELONES, LINEAS INCISAS Y MODELADO ANTROPOMORFO
44.png
45.png

Los grandes cambios sociales y culturales ocurridos entre los años 900 d.C.- 1450 d.C., en las comunidades que habitan la zona central de Chile, período cultural conocido como Intermedio Tardío,  se manifiestan también en la forma de confeccionar los utensilios de uso doméstico y de uso ritual.

 

De hecho los cambios más notables se aprecian en la alfarería. Se ha postulado que los artesanos que elaboraban las vasijas cerámicas tenían un alto grado de especialización debido a la homogeneidad de su pasta, la selección de colorantes y los elementos decorativos. Y si bien se mantiene la tradición alfarera de jarros y ollas monocromas, se agregan nuevas formas de vasijas y nuevas técnicas decorativas.

 

Ahora también se fabrican pucos, platos escudillas y tazones decorados con motivos geométricos, puntos, líneas o pestañas. Los colores utilizados, además del naranjo de la pasta, corresponden al rojo, negro y blanco.

 

En esta época destaca en el valle del Cachapoal una alfarería característica decorada con motivos rojos sobre un fondo crema, y con predominio de formas de jarros y escudillas, conocida como Tradición Centro Sur. Esta producción cerámica coexistió con los tipos cerámicos utilitarios monocromos de color marrón, marrón rojizo y negro, de amplia dispersión en la Zona Central.

En diversas localidades de la cuenca del Cachapoal se han encontrado ceramios de este tiempo, como por ejemplo, Peumo, Codegua, fundo El Milagro, Malloa, Rengo, Cailloma, Coinco o en la Hacienda Cauquenes.

 

En algunos lugares, como en Camarico de Las Pataguas, se han encontrado vasijas cerámicas cuyas formas y decoración reflejan el aporte de la cultura Viluco, existente en la vertiente oriental de Los Andes. Estas evidencias indican la presencia en la cuenca del Cachapoal de personas que portan cerámica Viluco y que cruzan la cordillera en busca de nuevos recursos, y los alfareros locales imitan algunas de las formas y/o diseños decorativos foráneos y los incluyen en su producción.

​

​

LA PRESENCIA INCA

 

Allá por el 1400 d.C., los habitantes de la región se asentaban de manera permanente en pequeños caseríos construidos de quincha con techos de paja. Las viviendas se localizaban cerca de las acequias destinadas al regadío de las chácaras, donde se cultivaban porotos, maíz, quínoa, calabaza y zapallo. La alimentación basada principalmente en estos productos cultivados, se complementaba con la caza, pesca de río y recolección de frutos, semillas y vegetales.

 

Diversos hallazgos fortuitos muestran la amplia dispersión de estos grupos con ocupaciones en Coinco, Pelequén, Palmilla, Pangal, Peralillo, Rengo, Codegua, La Compañía.

 

La presencia Inca en esta zona produjo cambios en las actividades sociales y económicas de los grupos locales, que se manifestaron en la llegada de grupos nuevos y en prácticas de subsistencia más intensivas. Entre éstas se implementó una red de canales de regadío a mayor escala y se generó un mayor desarrollo de la metalurgia y de la actividad pecuaria.

 

Sin embargo, la llegada del Inca no alteró sustancialmente los patrones de la alfarería doméstica pues se mantuvieron las formas y los elementos decorativos tradicionales. Es en los ceramios utilizados como ofrendas funerarias donde se manifiesta su presencia, con la incorporación de nuevas formas de vasijas como los aríbalos, aribalóides, escudillas ornitomorfas (con forma de ave), platos dobles, y también se agregaron los adornos de metal.

 

La influencia inca también se manifestó en estructuras monumentales como los pucaras y tambos;  además de nuevas prácticas funerarias con entierros en bóvedas y Santuarios de Altura.

 

Estos nuevos aportes en la región se manifiestan en el cerro Tren Tren de Doñihue, donde se recuperaron los restos esqueletales de infantes con una ofrenda consistente en ceramios decorados y otros monocromos, conchas, cordelería, adornos, restos de textiles y vegetales que muestran influencia de origen incaico y de tradiciones locales.

 

Otro sitio funerario fue registrado en Rengo, donde algunos entierros se asociaban a vasijas con rasgos incaicos (escudilla ornitomorfa) y otras de tradición alfarera local; no obstante la permanencia Inca también se advierte en sitios defensivos como La Muralla y el pucara en el Cerro Grande de la Compañía.

​

Así, a la llegada de los españoles a nuestros valles la región estaba habitada por comunidades agro alfareras que vivían en pequeños caseríos esparcidos; reconocían la autoridad de un Longko; cultivaban maíz, porotos, calabaza, ají, quínoa, papa, maní y mantenían pequeños rebaños de llamas en los faldeos pre cordilleranos. Conocidos como Pikunches, utilizaron el pelo de los camélidos para tejer frazadas, ponchos y vestidos.

 

De acuerdo a los documentos del convento de Santo Domingo, a inicios del 1600 habían tres parcialidades indígenas vigentes en la cuenca del Cachapoal, pero con antecedentes que se remontan a épocas anteriores a la presencia hispana: Lobcaben, Andaloe y Rancagua. Estas parcialidades mantenían actividades tradicionales que se remontaban a épocas prehispánicas, como eran los trabajos comunales relacionados con la agricultura y mantención del sistema de regadío, o las labores artesanales como la alfarería.

 

Con los españoles llegaron nuevas especies donde destacaron los cereales como el trigo, cebada y la avena; frutales como la vid, manzanos, ciruelos y olivos; animales como caballares, vacunos, ovinos, porcinos y aves de corral, los cuales se adaptaron fácilmente a esta nueva geografía.

 

Además, la introducción de nuevas industrias en la economía local como el  obraje de paños y el batán modificó el sistema de relaciones entre las comunidades naturales del valle, pues trajo aparejada la llegada de mano de obra nativa alquilada desde otros pueblos para hacer los trabajos de estas instalaciones.

 

Así, en 1611 habitaban en el valle del Cachapoal además de las comunidades naturales y de los grupos de indios Apalta llegados con el Inca, gentes originarias traídas de Aculeo, de Llolleo, de Cuyo y grupos Guarpes. Sin embargo, algunas décadas después la presencia española había aumentado considerablemente en la zona con la consiguiente mengua de la población originaria.

 

Las tradiciones alfareras vigentes en nuestra región durante el momento de contacto entre las poblaciones originarias y los españoles, mantuvieron su quehacer en los años posteriores. Y si bien la introducción del torno significó una nueva manera de hacer la vasija, permitiendo además aumentar la producción, persistieron las formas y estilos decorativos de raigambre prehispánica. Sin embargo, con el transcurso del tiempo también se introdujeron nuevas tecnologías en el tratamiento de superficie, en la cocción y nuevas formas de las vasijas cerámicas, donde destacan la cerámica mayólica y los vidriados.

​

Pero esto, será materia de una próxima exposición...

© 2020 FOTOGRAFÍA: MUSEO REGIONAL DE RANCAGUA/ DISEÑO: RODRIGO PARDO

Activar Sonido
bottom of page